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PURA INOCENCIA, PURA VIDA

¡Qué lejano aunque nítido el recuerdo!

Aquel día me sentía la “chica” más bonita del mundo. Estrenaba mi primer mandilón de tela de vichy de cuadritos de color rosa y blanco que amorosamente mi madre había bordado con mi nombre en el bolsillo colocado en un lateral de la botonadura.

Mi cabello negro azabache peinado con flequillo hacia los lados con esmerada línea recogido en dos coletas sin lazo se agitaban saltarinas al compás de cada pequeño paso.

De la mano de mi tía Menchu recorría el último tramo adoquinado hasta llegar frente a aquel colegio que tenía un patio de recreo inmensamente grande.

Y como niña, así lo viví.

 

Pura inocencia, pura vida

 

-¿Y mi estuche de charol qué? ¡Guau! me lo habían dejado los Reyes Magos las pasadas Navidades. No lo tenía ningún niño en mi escuela y… ¡encima tenía dos pisos! uno para los lapiceros y el “borra”, y el otro para las pinturas y los “retuladores”, pensaba de camino.

Una tarde los rayos de luz del tenue sol de otoño persistían caprichosos en esquivar los árboles del patio del colegio para entrar en aquel aula, grande y luminosa, a través de ventanales de pequeños cuadrados de cristal perfilados con madera pintada de blanco.

Todos, pequeños, estábamos terminando de rellenar con pedacitos de lana la cartulina con la plantilla del dibujo de Pluto, el perro de Mickey Mouse.

Yo fruncía el ceño y me estaba enfadando mucho, hasta pensé romperlo, pues no conseguía despegarme los restos de hilillos de mis pequeños dedos, gracias al “Pegamín”.

-Entonces, vino “un marido” de la “profe”. Si, era un marido muy alto y feo, llevaba puestas unas grandes gafas, y su pelo y su barba, eran muy largos y negros. A todos los amiguitos nos daba mucho miedo cuando se plantaba delante de nosotros y como hormiguitas nos escabullíamos escaleras arriba.

La “profe” llevaba toda la tarde diciéndonos que nos estábamos portando muy mal porque todos estábamos gritando y por mucho que chillaba, no la hacíamos caso.

¡Iba a llamar a D. Alejandro!

Empezamos a temblar cuando escuchamos cómo D. Alejandro subía por las escaleras de madera con sus botas de suelas de goma y a grandes zancadas golpeando con su larga regla el pasamanos de metal, nos castañeteaban los dientes y nos tapábamos con fuerza los oídos.

¡Oh, D. Alejandro venía a castigarnos!

Para cuando traspasó la puerta, toda la clase estábamos de rodillas con las manitas en alto, con ojillos de susto y, mordiéndonos los labios con los dientes de leche que por entonces sólo se tambaleaban, mientras, se nos escapaba alguna lagrimita.

Todos volvimos la mirada a Jose y Pedro, los más peleones de la clase, que se estaban riendo a escondidas y chinchándonos  porque decían que a ellos no les dolía.

¡Ja! Como D. Alejandro les vio reírse, les pegó más fuerte todavía.

Y así, cuántos momentos vividos en mi niñez me gustaría mudar desde entonces hasta el día de hoy para disponer de la sabiduría infantil, la que reconoce instintivamente, la que disfruta de cada instante desde la inocencia, desde el desapego de las consecuencias, desde lo que para cada uno es su razón válida, sin cuestionamientos.

Pura inocencia, pura vida. Sentimientos y risas frescas sin condiciones. Sólo cuenta el placer de vivir. Tanto tiempo por delante. Tanto por hacer. Pero tan importante cualquier momento, cualquier juego, cualquier proyecto.

Que alguien me diga dónde, cuándo, y sobre todo, porqué perdemos la frescura, la inocencia, cuando caminamos por la vida siendo adultos. ¡Cuántos pensamientos, emociones y actos estériles!

Arrastramos tanto bagaje emocional y mental que cada movimiento, en vez de brotar espontáneo y natural, se convierte consciente o inconscientemente en una estrategia meticulosamente estudiada.

Control, descontrol, nada se deja al azar, en ocasiones, a la voluntad de una dirección sin rumbo determinado, de forma que, cada día, vivir sea una ocasión, un instante para saborear, fascinándome de nuevo por ese pedacito de lana que coloco sobre el dibujo en mi cartulina.

Rotundamente me rebelo contra quienes definen esta actitud de inconsciente.

¿Qué hay más inconsciente que una vida sin vida?

Vivo cada día con el afán de deshacerme de las cadenas con que pretende condicionarme un entorno que no sabe vivir de otra forma, porque nunca han sabido hacerlo o porque así han entendido que debía de ser.

Y sino… ¡Cambio inocencia por buenas razones!

LÁGRIMAS DE TANGO

 

-Pibe ¿sós vos?

El cielo se viste de matices de colores que se deslizan y mueren en el horizonte, púrpuras violáceos, fríos azules añil, viles rojos anaranjados que evocan los últimos minutos de sol del día.

Va cayendo la noche opaca y en la distancia resuena una música dulzona mientras pequeños puntos brillantes aparecen uno tras otro.

Dos jóvenes “bien” siguen el camino entre risotadas y ánimo sin prejuicios. Sus rostros indefinidos se iluminan tras el rasgar de una cerilla que prende sus cigarrillos.

Con suerte, hoy nos levantaremos alguna milonguita, se dicen.

Es de noche en el arrabal a orillas del Río de la Plata, sus aguas rezuman humedad y se sienten su piel negra, blanda y pegajosa.

Tras la faena diaria, hombres y mujeres de barrio, mestizos, inmigrantes, prostitutas, se reúnen para olvidar sus penas, para desvestirse de una vida desafortunada.

El dolor es menos doloroso cuando se comparte, cuando se expulsa.

Del abrazo voluntario aflora el deseo sexual mutuo, y con ira despiadada y rompimiento se entregan al deleite del placer por placer.

Una pasión indecente, desenfrenada, voluptuosa y arrebatadora, conscientes o no de querer ahogar su tristeza y melancolía durante un tiempo, el tiempo que suena un tango.

Una luz tenue se asoma a la puerta de un viejo y renegrido tugurio, cuatro columnas y un techo de madera desvencijado por el paso de los años, cobija un grupo de mesas medio ocultas en la penumbra de reducidos rincones cual escondrijos,  dónde cuerpos ardientes solitarios en tierras extrañas pagan por sexo que acentúa la nostalgia de la comunión y del amor, la añoranza de la mujer y la evidencia de la soledad.

El aire sofocante se satura por momentos, una mezcla de tabaco, sudor, alcohol y perfume barato se respira a bocanadas densas y lentas.

Gritos, risas, revuelo de voces…

El acorde agudo de un bandoneón, hiere de muerte con un instante de silencio al exagerado palique.

Alguien desde la trastienda enciende un foco que proyecta un amplio haz de luz de color pajizo que quiere hacerse un hueco entre la oscuridad extrema.

Iluminados cirros de humo amarillento de tabaco suspendidos en el aire oscilan horizontalmente, caen. Desvaídos y de tonalidad grisácea, los menos privilegiados, pululan en la oscuridad exterior.

Tango, expresión original y popular de la naturaleza urbana, de la clase baja, tu musa inspiradora es el arrabal, tu identidad está ligada a los barrios. Tu ritmo y lenguaje nostálgico y de versos picarescos. El desengaño amoroso y el efecto del tiempo sobre las relaciones son el diálogo de tu pasión. Evocas sentimientos y despiertas emociones que se transforman en un profundo lamento de dolor, de tristeza, de melancolía, de reflexión sobre el sentido final de la vida y la muerte. Como dice el poeta, eres “un pensamiento triste que se baila”.

Arrancan los primeros compases y el ritmo nostálgico se despereza. Un piano con sus primeras notas se hace acompañar por el delicado lenguaje del violín, más tarde el contrabajo, ahora el bandoneón.

Un hombre de silueta esbelta asoma a través de la niebla de humo. Moreno, de cabello engominado, pantalón negro y camisa blanca remangada al codo. La luz se detiene en su rostro acentuando su gesto afligido. Abre su canto, la voz del arrabal, la pose, sonoridad del lenguaje rioplatense.

Nadie se había dado cuenta de sus movimientos hasta que fueron el centro de todas las miradas. Un hombre y una mujer porteños en el centro del bodegón están fundidos en un abrazo apasionado.

Dos desconocidos, dos cuerpos entrelazados fuertemente se miran lujuriosos, comienzan a bailar indecentes, prohibidos, ocultos, para vivir un fugaz romance de unos cuantos minutos. Quizá no vuelvan a verse nunca, ahora, eso no importa.

Él es el macho protector, él crea y dirige el baile. Ella le sigue, personifica la belleza y la sensualidad.

 

Febril sentimiento mientras bailan tango

 

Cortes, quebradas y firuletes dentro de un abrazo sensual.

Viven su deseo que revelan con sus pasos y sus rostros tensos y abatidos. Con sus brazos, sus manos, con cada movimiento, su cuerpo acompaña la cadencia del ritmo que los envuelve.

El tango se baila “escuchando el cuerpo del otro”. Ellos se escuchan, se sienten, se entienden, se comprenden y lo que cuentan llega al corazón de quienes les contemplan.

Tango arrabalero, melancolía de un pueblo, historia de una pasión, de un sufrimiento, diálogo compartido… ¿indecente, inmoral, obsceno?

No, desahogo genuino y consuelo de un espíritu afligido.

 

 

 

 

 

¿QUÉ QUIERES SER DE MAYOR?

Apenas habían transcurrido seis años de mi vida y un fastidioso pellizco en mi moflete era la señal de que se acercaba la tí­pica pregunta rebosante de intención por resultar simpático y afectuoso: “¿qué quieres ser de mayor?”.

¡Qué manía! Recuerdo que me hacía sentir terriblemente incómoda, no entendía ese maldito interés y mucho menos por qué me situaba en una posición tan violenta.

Lástima que con aquella edad y rodeada de individuos de mirada inquisidora a la espera de una respuesta tal vez ingeniosa no viesen cumplidas sus expectativas, aunque bien pensado, por entonces poco más se podía esperar, más que nada porque todavía no había aprendido a dar una respuesta políticamente correcta.

Por si os sirve de algo mi aprendizaje, a medida que iba pasando el tiempo me iba dando cuenta de que utilizar este tipo de respuesta represiva es completamente inútil, es más, me atrevo a calificar esta actitud como “auto perjudicial”.

Seguramente nunca tendremos oportunidad de revivir lo que en una u otra ocasión dejamos de expresar por quién sabe qué motivos conscientes o no, así que, cada gota de gradual frustración habría ido dando forma y contenido a una cuna de resentimiento interior.

Entonces es posible que os preguntéis ¿dónde se escondí­a mi desparpajo infantil? Pues me parece que bajo un incierto pudor por desconocer la respuesta que me provocaba una incomprensible necesidad de huir despavorida e indiferente por dejar tras de mí­ una pandilla de miradas con un elevado nivel de estupefacción.

 

¿Qué quieres ser de mayor?

 

Recuerdo que mi primo Pablo siempre respondía muy firme y dispuesto: “¡yo quiero ser notario!”. Desde mi percepción infantil me quedaba perpleja ante su convencimiento, sobre todo porque me preguntaba si él sabrí­a qué era y qué hací­a un notario.

De cualquier modo su respuesta siempre alentaba un coro de carcajadas al uní­sono.

En fin, él mantenía que los notarios ganaban mucho dinero, por lo tanto, es evidente que ya por entonces manifestaba un fundamento muy práctico.

Nunca he llegado a saber con precisión cristalina qué querí­a ser de mayor” pues siempre me ha parecido que sería un “concepto” que no podría definirme como persona y mucho menos a tan largo plazo como pensar en una decisión para toda la vida, de hecho, pienso que si elegir una profesión dependiese única y exclusivamente de la forma en que está estructurado el sistema en que vivimos donde priman los estudios con mayores salidas laborales según estadísticas aunque luego termines por no ejercer tal profesión por una u otra razón, estoy segura de que esta elección carece absolutamente de una procedencia instintiva o emocional.

Recuerdo que desde niña anhelaba el conocimiento puro o a través del ensayo-error, cada indicio o señal en mi vida de una u otra forma han sido un escalón para mi crecimiento y evolución  personal y emocional.

Mis pasos no me llevaron a una elección concreta, aunque siento, que sí a una decisión acertada: probar las dos vertientes de mis habilidades.

Tras una trayectoria profesional de veinticinco años sumergida en un mundo empresarial cuyos patrones de estructura y organización vienen avanzando velozmente hacia una profunda transformación, he desempeñado diferentes puestos en Administración privada, algo que me ha proporcionado un amplio aprendizaje de la empresa cuyo atractivo convive con mi capacidad mental organizativa y estructural.

En perí­odos paralelos de mi trayectoria profesional principal, mi actividad pierde su connotación de trabajo cuando me dedico a lo que realmente me apasiona, el diseño, la decoración de espacios, la moda, la imagen y belleza personal,  la organización de eventos de empresa y familia, la escritura, los colores, las formas… Todo lo que se vincula con mi creatividad como talento innato pulido con un conocimiento experimental autodidacta.

Son las ocupaciones que verdaderamente estimulan mi alma.

Por esto y por todo lo que entraña, he de confesaros que es entonces cuando verdaderamente algo se enciende en mí­ de forma que todo fluye sin esfuerzo y me siento viajar a través de una sucesión de instantes durante los que mi mente se acalla y olvido que hemos creado un mundo complejo que nos impone un tiempo, un espacio y una necesidad.

Tener la valentí­a de elegir en qué ocupar tu tiempo laboral con la principal mira de disfrutar creando con cariño, nos hace libres. Por eso creo que no es necesario contestar a preguntas inoportunas hasta que, aunque necesitando el tiempo que sea necesario, no haya llegado el momento de tener tu firme e inequí­voca respuesta.

TÍTULO PARA MI PRIMER BLOG

Cada dí­a tení­a una nueva excusa.

Obstinada con encontrar un tí­tulo original y atractivo con el que abrirme a experimentar con mi primer blog probé con mil combinaciones diferentes cada cual menos relacionada con la temática que querí­a tratar y a la postre, de aspecto poco espontáneo y natural.

Para inspirarme estuve cotilleando entre tí­tulos de otros blogs hasta el punto de llegar a consultar el diccionario traductor de la lengua swahili, que todo hay que decirlo, los bantúes son unos fenómenos creando grupos de fonemas, ¡tienen una imaginación insuperable!

Otras veces, el veloz y eficiente traductor que consultaba, me devolvía según las palabras que escribía en el cajetín que decía “español” un conjunto de sí­mbolos organizados cual fila de obedientes hormigas, unos más estéticos que otros eso sí, aunque de dudosa utilidad práctica si querí­a hacerme entender.

Obviamente, estaba demorando mi iniciativa.

Una tarde tropecé con un ví­deo con un título muy evocador que me dejó una valiosa lección aplicable a cualquier acontecimiento de la vida: “El valor de lo simple”.

Por alguna razón poco útil en ocasiones nos hemos creí­do incapaces de hacer tal o cual cosa con el único argumento de que nos creemos que no valemos para ello.

¿Quién determina la valía personal? ¿Quién tiene la autoridad para legitimar este juicio externo?

Nadie, absolutamente nadie.

Todo es el resultado de un momento de inseguridad personal pasajero quizá aderezado con un “pellizquito” de perfeccionismo de indiscutible inutilidad.

Todos somos válidos para hacer muchas de las cosas que nos propongamos, la frase parece proceder de un libro de autoayuda, pero aun siendo así no deja de ser cierto.

Bien es verdad que lo más importante es sentir el anhelo de hacerlo y después ya nos buscaremos las “mañas” para tirarnos a la piscina y comprobar si hay agua o no. Y de no haber agua, todaví­a tendremos más oportunidades, un plan B: esperar a que llueva y se llene de nuevo, o mudarnos a vivir a la playa, o…

En fin que aunque alguien nos sugiera con su mejor criterio de sabiduría que sopesemos en qué “barros” nos vamos a meter con la sibilina intención de que demos al traste con nuestros planes porque lo más probable es que nos “estrellemos”, debemos recordar que contamos con una herramienta muy práctica a la hora de sumergirnos: hacernos con unas katiuscas del color que más nos guste, ¿qué os parece?

 

Mis katiuscas amarillas

 

Todo esto no son más que un montón de limitaciones y muros que nos hemos creado a medida que nos hemos ido haciendo adultos y no correr ningún tipo de “riesgo” nos mantiene en lo que se denomina “zona de confort”, un lugar que si te paras a pensarlo no resulta nada cómodo, parece mantenernos cómodos pero no lo estamos, alimenta nuestra duda sobre nuestra capacidad de éxito, incrementa nuestra insatisfacción y malestar, y mientras tanto, nuestras piernas no paran de agitarse con un trasfondo de desesperanza, algo que a la larga se convierte en un pozo latente de amargura.

Así­ que si teníamos una oportunidad de llenar la piscina antes de trasladarnos, me parece que ha llegado el momento de ¡Actuar!

Nada será nunca bueno ni malo, ni mejor ni peor, sólo se trata de juicios vanos… Hazlo porque quieres hacerlo y sobre todo, porque amas lo que haces.

Y un dí­a te preguntas, ¿por qué no?

Y volviendo a mi piscina…

“Me inquietaba observar el espacio vací­o de color ní­veo de un fragmento de una hoja de mi cuaderno. Apoyé con mano temblorosa mi lápiz de mina de carbón y vi cómo quedaba impreso un punto de color negro como noche sin estrellas. Cerré mis ojos, sentí­a pulsar mi corazón y tomé aire. Al abrirlos y como deslizándome sobre una pista de hielo lentamente escribí­ el tí­tulo de mi primer blog que tanto esfuerzo me habí­a costado hasta entonces”.

MS FROST, SENTIMIENTOS DE UNA TARDE DE INVIERNO

Ms Frost me dicen, y pienso que quienes decidieron bautizarme con este nombre lo hicieron con cariño a causa de mi temperatura corporal obstinada sin resultados en elevarse por encima de los treinta y cinco grados a pesar del acopio de ropa de abrigo en invierno, que bien pensado, supone una ventaja extraordinaria en época estival cuando la línea azul de los caducos termómetros de mercurio se alza marcando temperaturas insufribles.

Te preguntarás por qué hoy estoy aquí, en este espacio vacío y libre, lo cierto es que yo también. De alguna manera,  permanecía suspensa en el aire la necesidad de expresar qué ocupa mi corazón o tal vez identificar y organizar qué pensamientos ostentan autoridad en mi mente.

Corren tiempos extraños dónde se vive en controversia con la necesidad de independenciacompañía, la libertad con la sumisión, la pasividad con el movimiento, el recuerdo con el olvido… y yo como buena extremista, me devano los sesos intentando posicionarme con coherencia con el sentir que dirige mi vida, mis valores personales, y lo que más me conviene para dar forma a una amalgama exenta de sufrimiento.

Aparentemente es un propósito encomiable para no haber entrado en detalles aunque la práctica se antoje utópica incluso si se logra definir el objetivo con precisión cristalina.

Teniendo en cuenta mi nombre como calificativo, quienes me conocen personalmente poseen de mí una visión que se aleja totalmente de la frialdad. Me atrevo a decir que con el porcentaje de conocimiento propio labrado en su mayoría a fuerza de bofetadas de conciencia y aprendizajes de todo tipo, soy una persona de temperamento definido básicamente por la sensibilidad, con un carácter que ha moldeado la experiencia, completando lo que compone un ego que siempre se ha movido con el conocimiento puntual sobre  cualquier situación, de cuyos resultados lo que realmente me hace sentir bien es lo que entiendo que he alcanzado en comprensión y respeto por los demás. Considero que sigue siendo mi mayor logro en la vida.

Hace relativamente poco tiempo, sobre todo si tomamos como referencia el tiempo y espacio duales, conocí a un hombre que deslumbró mi percepción.

Lo cierto es que nuestro primer contacto había sucedido meses atrás, cuando en su compañía me vi envuelta en un remolino de complicidad y alegría repentinas, liberándome como por arte de magia de una tarde de sopor veraniego en mi lugar de trabajo.

Tras aquel encuentro me quedé prendida de una indefinible estela de entusiasmo que vestí de espejismo con el propósito de desviar mi atención de esta sensación perturbadora, hasta que a su vuelta de aquel fascinante viaje programado para sus vacaciones, fueron sucediéndose situaciones que paulatinamente incrementaron mi interés en él.

Sólo había que mantener una recta discreción para evitar que se diese cuenta, y como considero  mi valor como mujer, antes indagué sobre algo que era una prioridad conocer, su situación emocional, no por frívola curiosidad, sino llevada por la importancia que me concede y merece una libertad ganada a pulso.

Como bendita consecuencia de un inoportuno comentario por mi parte que hacía referencia a mi maltrecha situación económica, algo que me avergüenza y golpea mi orgullo soberanamente por una férrea asociación con la incapacidad por mi parte de generar ingresos, se inició nuestro contacto a través de un intercambio sucesivo de escritos virtuales.

Su ofrecimiento de ayudarme con dosis inesperadas de generosidad dejaron entrever cierta predisposición de acercamiento por su parte que días mas tarde se convirtieron en una propuesta ambiciosa con el atisbo de una concreción segura, el comienzo de un relato escrito alternativamente por ambos, sin tema elegido, sin personajes concretos, sin reglas predeterminadas.

Fue abrir con su ruidoso chasquido el pesado portón de un viejo castillo, -se me ocurre como símil el inicio de nuestros prudentes primeros pasos-, y fluir alternativamente hasta cerrar una puerta más débil que no menos inquietante, para dejar a dos personajes frente a frente con sus luces y sus sombras y la firme disposición de compartir juntos lo que el tiempo les brindase.

La última escena escrita de este relato compartido aún permanece congelada en la memoria, y un plano imaginario parece difuminarse en fotogramas amarillentos de películas de siglos pasados proyectadas desde cintas de diámetro considerable que espectadores estupefactos veían chisporrotear en la pantalla cual anónima amenaza en llamas, mientras silbidos y gritos sordos reclamaban ver la pasión púdicamente desmedida de dos amantes besando sus bocas.

Continuar el relato, conlleva compaginar el tiempo entre los urgentes quehaceres diarios y la capacidad de plasmar veraz y honestamente lo que nuestros personajes asentaron en su propio compartimento estanco después de aquel fugaz momento de amor.

Los dos hemos traspasado la delgada línea que separa la relación como conocidos, para pasar a una de intimidad ajena a terceros, una propuesta que nació de él y que desde el primer momento albergó una respuesta con certeza afirmativa tendiéndome su rama de olivo.

Rama de Olivo

Ms Frost, cuánto temes expresar lo que sientes de corazón porque al desnudarte te crees vulnerable y presa fácil de desaprensivos oportunistas, y debe de ser muy obvio para quién te aprecia profundamente cuando si por un momento te dejas llevar por los afectos, te contestan sabiéndose afortunados.

Sé que no es frialdad es protección, no es desapego es precaución, no es falta de amor es pudor en la entrega, no es falta de implicación, es temor irracional al abandono del otro por incapacidad o cobardía.

“Y luego mi amor, mis temores se doblegan ante tus caricias cual bálsamo de miel, cuando tus brazos me rodean, cuando tu boca me libera, cuando tus ojos se miran en los míos y veo tu expresión iluminando tu rostro que me imprime la fuerza necesaria”.

Sí, también a mí me completa su fuerza y su fe en mí, y el apoyo en su pecho con la sensación de que estamos a una, que transitamos un mismo camino dentro de nuestra individualidad.

Y viviendo todo esto me siento morir cuando con el pretexto de no querer hacerme daño me dice que si me duele lo dejamos, así, sin cautela, con esa capacidad de ausentarse que dice tener para reinventar sus sentimientos de nuevo. No sabes cómo te admiro, es una actitud que todos podemos elegir pero confieso que a mí me resulta muy difícil de manejar.

Nuestra mente, siempre ávida de crear conceptos nuevos, anda en busca de la etimología de este sentimiento mutuo que conjuga nuestra relación alimentada por la espontaneidad, la ausencia de pudor, la cruel sinceridad, el aprecio, la admiración, y el abanico de palabras osadas que intentan definir el afecto con un criterio reservado a nuestra exclusiva y personal objetividad.

Es imposible hacer honor a mi nombre Frialdad con lo que yo siento por él. Con el pavor que me da reconocer que cada día se incrementa mi pasión a pesar de los esfuerzos por controlarla si es que alguna vez lo conseguí, dudando de que el deseo se pueda o no controlar, cuando sé que de alguna manera estoy advertida y limitada: sería mejor no llegar a ser tu pareja -me dijo-. Quizá cobra demasiada importancia este límite aún ante un futuro desconocido.

Atrás se nos quedaron los rancios conceptos que tienen que ver con el compromiso, aunque puede que todavía permanezcan los esquemas mentales aprendidos por todo esto vivido los que nos llevan a esta negación, aun desconociendo el resultado de una incipiente elección, sin haber elegido aceptar el riesgo.

De cualquier forma, llegados hasta aquí, confieso que quisiera encontrar con quién compartir mi vida lejos de una convivencia absorbente, aunque sí con una implicación honesta y comprometida con el ánimo de hacernos la vida fácil, para mutua e individualmente, ser todo lo felices que queramos.

Y ante cualquier equívoco de interpretación, quiero dejar muy sentado que no demando ni exijo, solamente expongo por lo que estaría dispuesta a trabajar, cuando como en este caso trabajar no es sinónimo de esfuerzo o sacrificio.

 

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