Ms Frost me dicen, y pienso que quienes decidieron bautizarme con este nombre lo hicieron con cariño a causa de mi temperatura corporal obstinada sin resultados en elevarse por encima de los treinta y cinco grados a pesar del acopio de ropa de abrigo en invierno, que bien pensado, supone una ventaja extraordinaria en época estival cuando la línea azul de los caducos termómetros de mercurio se alza marcando temperaturas insufribles.

Te preguntarás por qué hoy estoy aquí, en este espacio vacío y libre, lo cierto es que yo también. De alguna manera,  permanecía suspensa en el aire la necesidad de expresar qué ocupa mi corazón o tal vez identificar y organizar qué pensamientos ostentan autoridad en mi mente.

Corren tiempos extraños dónde se vive en controversia con la necesidad de independenciacompañía, la libertad con la sumisión, la pasividad con el movimiento, el recuerdo con el olvido… y yo como buena extremista, me devano los sesos intentando posicionarme con coherencia con el sentir que dirige mi vida, mis valores personales, y lo que más me conviene para dar forma a una amalgama exenta de sufrimiento.

Aparentemente es un propósito encomiable para no haber entrado en detalles aunque la práctica se antoje utópica incluso si se logra definir el objetivo con precisión cristalina.

Teniendo en cuenta mi nombre como calificativo, quienes me conocen personalmente poseen de mí una visión que se aleja totalmente de la frialdad. Me atrevo a decir que con el porcentaje de conocimiento propio labrado en su mayoría a fuerza de bofetadas de conciencia y aprendizajes de todo tipo, soy una persona de temperamento definido básicamente por la sensibilidad, con un carácter que ha moldeado la experiencia, completando lo que compone un ego que siempre se ha movido con el conocimiento puntual sobre  cualquier situación, de cuyos resultados lo que realmente me hace sentir bien es lo que entiendo que he alcanzado en comprensión y respeto por los demás. Considero que sigue siendo mi mayor logro en la vida.

Hace relativamente poco tiempo, sobre todo si tomamos como referencia el tiempo y espacio duales, conocí a un hombre que deslumbró mi percepción.

Lo cierto es que nuestro primer contacto había sucedido meses atrás, cuando en su compañía me vi envuelta en un remolino de complicidad y alegría repentinas, liberándome como por arte de magia de una tarde de sopor veraniego en mi lugar de trabajo.

Tras aquel encuentro me quedé prendida de una indefinible estela de entusiasmo que vestí de espejismo con el propósito de desviar mi atención de esta sensación perturbadora, hasta que a su vuelta de aquel fascinante viaje programado para sus vacaciones, fueron sucediéndose situaciones que paulatinamente incrementaron mi interés en él.

Sólo había que mantener una recta discreción para evitar que se diese cuenta, y como considero  mi valor como mujer, antes indagué sobre algo que era una prioridad conocer, su situación emocional, no por frívola curiosidad, sino llevada por la importancia que me concede y merece una libertad ganada a pulso.

Como bendita consecuencia de un inoportuno comentario por mi parte que hacía referencia a mi maltrecha situación económica, algo que me avergüenza y golpea mi orgullo soberanamente por una férrea asociación con la incapacidad por mi parte de generar ingresos, se inició nuestro contacto a través de un intercambio sucesivo de escritos virtuales.

Su ofrecimiento de ayudarme con dosis inesperadas de generosidad dejaron entrever cierta predisposición de acercamiento por su parte que días mas tarde se convirtieron en una propuesta ambiciosa con el atisbo de una concreción segura, el comienzo de un relato escrito alternativamente por ambos, sin tema elegido, sin personajes concretos, sin reglas predeterminadas.

Fue abrir con su ruidoso chasquido el pesado portón de un viejo castillo, -se me ocurre como símil el inicio de nuestros prudentes primeros pasos-, y fluir alternativamente hasta cerrar una puerta más débil que no menos inquietante, para dejar a dos personajes frente a frente con sus luces y sus sombras y la firme disposición de compartir juntos lo que el tiempo les brindase.

La última escena escrita de este relato compartido aún permanece congelada en la memoria, y un plano imaginario parece difuminarse en fotogramas amarillentos de películas de siglos pasados proyectadas desde cintas de diámetro considerable que espectadores estupefactos veían chisporrotear en la pantalla cual anónima amenaza en llamas, mientras silbidos y gritos sordos reclamaban ver la pasión púdicamente desmedida de dos amantes besando sus bocas.

Continuar el relato, conlleva compaginar el tiempo entre los urgentes quehaceres diarios y la capacidad de plasmar veraz y honestamente lo que nuestros personajes asentaron en su propio compartimento estanco después de aquel fugaz momento de amor.

Los dos hemos traspasado la delgada línea que separa la relación como conocidos, para pasar a una de intimidad ajena a terceros, una propuesta que nació de él y que desde el primer momento albergó una respuesta con certeza afirmativa tendiéndome su rama de olivo.

Rama de Olivo

Ms Frost, cuánto temes expresar lo que sientes de corazón porque al desnudarte te crees vulnerable y presa fácil de desaprensivos oportunistas, y debe de ser muy obvio para quién te aprecia profundamente cuando si por un momento te dejas llevar por los afectos, te contestan sabiéndose afortunados.

Sé que no es frialdad es protección, no es desapego es precaución, no es falta de amor es pudor en la entrega, no es falta de implicación, es temor irracional al abandono del otro por incapacidad o cobardía.

“Y luego mi amor, mis temores se doblegan ante tus caricias cual bálsamo de miel, cuando tus brazos me rodean, cuando tu boca me libera, cuando tus ojos se miran en los míos y veo tu expresión iluminando tu rostro que me imprime la fuerza necesaria”.

Sí, también a mí me completa su fuerza y su fe en mí, y el apoyo en su pecho con la sensación de que estamos a una, que transitamos un mismo camino dentro de nuestra individualidad.

Y viviendo todo esto me siento morir cuando con el pretexto de no querer hacerme daño me dice que si me duele lo dejamos, así, sin cautela, con esa capacidad de ausentarse que dice tener para reinventar sus sentimientos de nuevo. No sabes cómo te admiro, es una actitud que todos podemos elegir pero confieso que a mí me resulta muy difícil de manejar.

Nuestra mente, siempre ávida de crear conceptos nuevos, anda en busca de la etimología de este sentimiento mutuo que conjuga nuestra relación alimentada por la espontaneidad, la ausencia de pudor, la cruel sinceridad, el aprecio, la admiración, y el abanico de palabras osadas que intentan definir el afecto con un criterio reservado a nuestra exclusiva y personal objetividad.

Es imposible hacer honor a mi nombre Frialdad con lo que yo siento por él. Con el pavor que me da reconocer que cada día se incrementa mi pasión a pesar de los esfuerzos por controlarla si es que alguna vez lo conseguí, dudando de que el deseo se pueda o no controlar, cuando sé que de alguna manera estoy advertida y limitada: sería mejor no llegar a ser tu pareja -me dijo-. Quizá cobra demasiada importancia este límite aún ante un futuro desconocido.

Atrás se nos quedaron los rancios conceptos que tienen que ver con el compromiso, aunque puede que todavía permanezcan los esquemas mentales aprendidos por todo esto vivido los que nos llevan a esta negación, aun desconociendo el resultado de una incipiente elección, sin haber elegido aceptar el riesgo.

De cualquier forma, llegados hasta aquí, confieso que quisiera encontrar con quién compartir mi vida lejos de una convivencia absorbente, aunque sí con una implicación honesta y comprometida con el ánimo de hacernos la vida fácil, para mutua e individualmente, ser todo lo felices que queramos.

Y ante cualquier equívoco de interpretación, quiero dejar muy sentado que no demando ni exijo, solamente expongo por lo que estaría dispuesta a trabajar, cuando como en este caso trabajar no es sinónimo de esfuerzo o sacrificio.