Desde niña descubrí que me atraían y tenía una soltura especial para realizar ciertas actividades creativas que desde mi pequeño conocimiento me divertían y llenaban de alegría.

Seguramente mi talento comenzó a desarrollarse en aquellas antiguas escuelas rancias y destartaladas anegadas de cálida inocencia de un grupo de niños que ocupábamos felices y apasionados aquellas amplias estancias con diminutas mesas y sillas de madera a nuestra medida.

Cuando se acercaba la primavera los trabajos manuales en grupo ocupaban algunas de nuestras lúdicas tardes en las que si alguna vez tuvimos noción del tiempo lo perdíamos y nuestra mente ingenua caminaba plácidamente por lugares de ensueño.

Entonces los años parecían avanzar lentamente y es curioso cómo recuerdo aquella edad en la que todo fluía en mí sin esfuerzo y con ilusión pues tan pronto escribía un cuento, cogía mis lápices de colores para dibujar o preparaba los diálogos de mis compañeros de comedor para nuestra pequeña gran obra de teatro, incluso recuerdo cómo me convertía en una esteticista en prácticas familiar.

Más tarde a mi pesar, me di cuenta que el tiempo va pasando a la misma velocidad que la sociedad va modelando una infancia que conmina por adormecer aquellos juegos infantiles cuando entonces la savia de la vida era tan liviana que sólo entrañaba el estridente sonido de un timbre que apresuraba el paso hacia el aula de la mano de una cartera, una bata blanca de bolsillo bordado y un guiño vergonzoso por la escasa estética de la horma de aquellos botines de cordones que acomodaban rígidas plantillas correctoras para pies perezosos.

No puedo evitar sentir cierta nostalgia al revivirlo porque el corazón siempre atesora lo más bello.

El mundo de hoy ha relegado el valor del ser inocente, es más, esta condición tiene hoy un concepto peyorativo y es así que la exigencia día a día se cobra multitud de decepciones personales gracias a la comparación a la que constantemente estamos sometidos cuya vara de medir incrementa su nivel hasta medidas inhumanas e injustas.

No es extraño que nuestra “niñez olvidada” aflore tan de tarde en tarde y con un acusado perfeccionismo que nos obliga obsesivamente a perseguir este imposible, que como tal sólo puede arrojar resultados imposibles terminando por dejar en el fondo de nuestras tazas una y otra vez montones de posos de insatisfacción.

Abandonarme al viento no fue nunca para mí una opción ni lo debiera ser para nadie, al contrario, cuando deseas huir de los convencionalismos y crees en ti es el momento de hacer acopio de fuerza de voluntad para recordar cual es el aire que al respirar nos da vida, retomar lo que nos permite abstraernos emocional y espiritualmente, buscar y observar la belleza de la manera que se manifieste, desde donde proceda.

Desde hace algunos años elegí a Jaque a la Reina como mi personaje.

Jaque a la Reina sería siempre mi desafío, la guardiana de mi sensibilidad interior, y desde entonces mantiene alerta mi voluntad comprometida aún en momentos de despiadada flaqueza para conectar con mis talentos para buscar nuevos horizontes y conocimientos que cautiven mi mente y más tarde, expresar, compartir mis sensaciones más vívidas, mis sentimientos más profundos, mis percepciones racionales y sobre todo mi adoración por la belleza, la forma, el color, las palabras.

Jaque a la Reina es un personaje controvertido, con la percepción y opinión de un mundo material que creemos real, con su dualidad egóica y espiritual, aunque siempre fiel a sí misma. Su objetivo es sólo uno, la búsqueda de aquello que conmueve su alma para mecerlo con sus talentos y por último lanzarlo al viento por si alguien quiere cogerlo en sus manos.

Desde este momento estáis invitados a conocer su espacio.

“Seguir creando para recordar que el talento no se ha perdido, nunca se perderá, puede permanecer un tiempo adormecido, pero tarde o temprano… volverá a zarandearte”.

 

ESTHER GONZÁLEZ