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TÍTULO PARA MI PRIMER BLOG

Cada dí­a tení­a una nueva excusa.

Obstinada con encontrar un tí­tulo original y atractivo con el que abrirme a experimentar con mi primer blog probé con mil combinaciones diferentes cada cual menos relacionada con la temática que querí­a tratar y a la postre, de aspecto poco espontáneo y natural.

Para inspirarme estuve cotilleando entre tí­tulos de otros blogs hasta el punto de llegar a consultar el diccionario traductor de la lengua swahili, que todo hay que decirlo, los bantúes son unos fenómenos creando grupos de fonemas, ¡tienen una imaginación insuperable!

Otras veces, el veloz y eficiente traductor que consultaba, me devolvía según las palabras que escribía en el cajetín que decía “español” un conjunto de sí­mbolos organizados cual fila de obedientes hormigas, unos más estéticos que otros eso sí, aunque de dudosa utilidad práctica si querí­a hacerme entender.

Obviamente, estaba demorando mi iniciativa.

Una tarde tropecé con un ví­deo con un título muy evocador que me dejó una valiosa lección aplicable a cualquier acontecimiento de la vida: “El valor de lo simple”.

Por alguna razón poco útil en ocasiones nos hemos creí­do incapaces de hacer tal o cual cosa con el único argumento de que nos creemos que no valemos para ello.

¿Quién determina la valía personal? ¿Quién tiene la autoridad para legitimar este juicio externo?

Nadie, absolutamente nadie.

Todo es el resultado de un momento de inseguridad personal pasajero quizá aderezado con un “pellizquito” de perfeccionismo de indiscutible inutilidad.

Todos somos válidos para hacer muchas de las cosas que nos propongamos, la frase parece proceder de un libro de autoayuda, pero aun siendo así no deja de ser cierto.

Bien es verdad que lo más importante es sentir el anhelo de hacerlo y después ya nos buscaremos las “mañas” para tirarnos a la piscina y comprobar si hay agua o no. Y de no haber agua, todaví­a tendremos más oportunidades, un plan B: esperar a que llueva y se llene de nuevo, o mudarnos a vivir a la playa, o…

En fin que aunque alguien nos sugiera con su mejor criterio de sabiduría que sopesemos en qué “barros” nos vamos a meter con la sibilina intención de que demos al traste con nuestros planes porque lo más probable es que nos “estrellemos”, debemos recordar que contamos con una herramienta muy práctica a la hora de sumergirnos: hacernos con unas katiuscas del color que más nos guste, ¿qué os parece?

 

Mis katiuscas amarillas

 

Todo esto no son más que un montón de limitaciones y muros que nos hemos creado a medida que nos hemos ido haciendo adultos y no correr ningún tipo de “riesgo” nos mantiene en lo que se denomina “zona de confort”, un lugar que si te paras a pensarlo no resulta nada cómodo, parece mantenernos cómodos pero no lo estamos, alimenta nuestra duda sobre nuestra capacidad de éxito, incrementa nuestra insatisfacción y malestar, y mientras tanto, nuestras piernas no paran de agitarse con un trasfondo de desesperanza, algo que a la larga se convierte en un pozo latente de amargura.

Así­ que si teníamos una oportunidad de llenar la piscina antes de trasladarnos, me parece que ha llegado el momento de ¡Actuar!

Nada será nunca bueno ni malo, ni mejor ni peor, sólo se trata de juicios vanos… Hazlo porque quieres hacerlo y sobre todo, porque amas lo que haces.

Y un dí­a te preguntas, ¿por qué no?

Y volviendo a mi piscina…

“Me inquietaba observar el espacio vací­o de color ní­veo de un fragmento de una hoja de mi cuaderno. Apoyé con mano temblorosa mi lápiz de mina de carbón y vi cómo quedaba impreso un punto de color negro como noche sin estrellas. Cerré mis ojos, sentí­a pulsar mi corazón y tomé aire. Al abrirlos y como deslizándome sobre una pista de hielo lentamente escribí­ el tí­tulo de mi primer blog que tanto esfuerzo me habí­a costado hasta entonces”.

JAQUE A LA REINA, MI PERSONAJE

Desde niña descubrí que me atraían y tenía una soltura especial para realizar ciertas actividades creativas que desde mi pequeño conocimiento me divertían y llenaban de alegría.

Seguramente mi talento comenzó a desarrollarse en aquellas antiguas escuelas rancias y destartaladas anegadas de cálida inocencia de un grupo de niños que ocupábamos felices y apasionados aquellas amplias estancias con diminutas mesas y sillas de madera a nuestra medida.

Cuando se acercaba la primavera los trabajos manuales en grupo ocupaban algunas de nuestras lúdicas tardes en las que si alguna vez tuvimos noción del tiempo lo perdíamos y nuestra mente ingenua caminaba plácidamente por lugares de ensueño.

Entonces los años parecían avanzar lentamente y es curioso cómo recuerdo aquella edad en la que todo fluía en mí sin esfuerzo y con ilusión pues tan pronto escribía un cuento, cogía mis lápices de colores para dibujar o preparaba los diálogos de mis compañeros de comedor para nuestra pequeña gran obra de teatro, incluso recuerdo cómo me convertía en una esteticista en prácticas familiar.

Más tarde a mi pesar, me di cuenta que el tiempo va pasando a la misma velocidad que la sociedad va modelando una infancia que conmina por adormecer aquellos juegos infantiles cuando entonces la savia de la vida era tan liviana que sólo entrañaba el estridente sonido de un timbre que apresuraba el paso hacia el aula de la mano de una cartera, una bata blanca de bolsillo bordado y un guiño vergonzoso por la escasa estética de la horma de aquellos botines de cordones que acomodaban rígidas plantillas correctoras para pies perezosos.

No puedo evitar sentir cierta nostalgia al revivirlo porque el corazón siempre atesora lo más bello.

El mundo de hoy ha relegado el valor del ser inocente, es más, esta condición tiene hoy un concepto peyorativo y es así que la exigencia día a día se cobra multitud de decepciones personales gracias a la comparación a la que constantemente estamos sometidos cuya vara de medir incrementa su nivel hasta medidas inhumanas e injustas.

No es extraño que nuestra “niñez olvidada” aflore tan de tarde en tarde y con un acusado perfeccionismo que nos obliga obsesivamente a perseguir este imposible, que como tal sólo puede arrojar resultados imposibles terminando por dejar en el fondo de nuestras tazas una y otra vez montones de posos de insatisfacción.

Abandonarme al viento no fue nunca para mí una opción ni lo debiera ser para nadie, al contrario, cuando deseas huir de los convencionalismos y crees en ti es el momento de hacer acopio de fuerza de voluntad para recordar cual es el aire que al respirar nos da vida, retomar lo que nos permite abstraernos emocional y espiritualmente, buscar y observar la belleza de la manera que se manifieste, desde donde proceda.

Desde hace algunos años elegí a Jaque a la Reina como mi personaje.

Jaque a la Reina sería siempre mi desafío, la guardiana de mi sensibilidad interior, y desde entonces mantiene alerta mi voluntad comprometida aún en momentos de despiadada flaqueza para conectar con mis talentos para buscar nuevos horizontes y conocimientos que cautiven mi mente y más tarde, expresar, compartir mis sensaciones más vívidas, mis sentimientos más profundos, mis percepciones racionales y sobre todo mi adoración por la belleza, la forma, el color, las palabras.

Jaque a la Reina es un personaje controvertido, con la percepción y opinión de un mundo material que creemos real, con su dualidad egóica y espiritual, aunque siempre fiel a sí misma. Su objetivo es sólo uno, la búsqueda de aquello que conmueve su alma para mecerlo con sus talentos y por último lanzarlo al viento por si alguien quiere cogerlo en sus manos.

Desde este momento estáis invitados a conocer su espacio.

“Seguir creando para recordar que el talento no se ha perdido, nunca se perderá, puede permanecer un tiempo adormecido, pero tarde o temprano… volverá a zarandearte”.

 

ESTHER GONZÁLEZ

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